En una ciudad reconocida por sus torres góticas, iglesias barrocas y puentes medievales, un edificio del siglo XX logró convertirse en emblema contemporáneo. La Casa Danzante de Praga, también llamada el “Edificio que baila”, se erige en la ribera del Moldava en la capital de República Checa, como un gesto audaz de la arquitectura deconstructivista y un recordatorio de los cambios históricos que atravesó Europa central.
El terreno donde se levanta guarda una marca de la guerra. En la esquina del puente Jiráskuv, una antigua casa señorial fue destruida en 1945 durante un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial. El lote permaneció vacío hasta que, en los años noventa, la aseguradora Nationale-Nederlanden decidió construir allí un edificio que rompiera con la tradición arquitectónica praguense. El encargo recayó en el arquitecto checo-croata Vlado Milunić y en el canadiense Frank Gehry, quienes desarrollaron un diseño inusual que se ejecutó entre 1992 y 1996.
La construcción se alzó sobre una superficie de casi 3.800 metros cuadrados, distribuidos en nueve pisos y dos niveles subterráneos. Sus plantas intermedias están ocupadas por oficinas, la planta baja concentra locales comerciales y un café, y los niveles superiores suman un restaurante panorámico llamado Ginger & Fred, un bar con vistas al Moldava y una galería de arte.

Desde 2016, parte del edificio funciona como hotel boutique con 21 habitaciones, lo que permite a los visitantes alojarse en una de las obras más reconocibles de la arquitectura contemporánea. El diseño consta de dos cuerpos entrelazados: una torre de cristal que se estrecha en la mitad y un volumen contiguo con formas curvas y ventanas desalineadas.
El homenaje a dos bailarines eximios
Esa silueta evoca a una pareja en movimiento, motivo por el cual el edificio fue apodado “Fred y Ginger” en homenaje a Fred Astaire y Ginger Rogers, leyendas del cine musical. Pero más allá de la metáfora coreográfica, los arquitectos pensaron la obra como símbolo político: la transición de Checoslovaquia (luego República Checa y hoy llamada Chequia) desde un régimen comunista rígido hacia una democracia flexible tras la caída del Muro de Berlín.

Durante la construcción, la Casa Danzante generó fuertes controversias. Muchos vecinos cuestionaron su irrupción en un barrio dominado por edificaciones modernistas y barrocas, y consideraron que quebraba la armonía urbana. El proyecto prosperó gracias al apoyo político del entonces presidente checo, Václav Havel, quien vivía en las cercanías y veía en la obra un motor cultural y turístico para revitalizar la zona. El tiempo le dio la razón: la Casa Danzante obtuvo premios internacionales y se consolidó como uno de los íconos más visitados de la capital checa.
Su edificación también implicó un desafío técnico y económico. La construcción demandó una inversión superior a USD 600.000, cifra elevada para la época, debido a la complejidad de ejecutar formas curvas en hormigón y acero.

Cada planta fue concebida de manera irregular, lo que exigió soluciones de ingeniería particulares para garantizar estabilidad y funcionalidad.
Muros de cristales
Hoy la Casa Danzante representa un contraste deliberado con el perfil clásico de la ciudad. Sus líneas onduladas, sus muros acristalados y su estructura dinámica se diferencian del entorno, pero al mismo tiempo dialogan con él como símbolo de apertura y cambio. La obra refleja la búsqueda de identidad en una capital marcada por siglos de historia, guerras y transiciones políticas.

A casi tres décadas de su inauguración, sigue despertando debate. Para algunos es una pieza excéntrica que desentona con la tradición, para otros es la demostración de que Praga también puede ser contemporánea. Los arquitectos Gehry y Milunić lo concibieron como un gesto audaz y, al mismo tiempo, como homenaje a la memoria del lugar: un solar bombardeado que se transformó en emblema de renovación.
En palabras de Gehry, la Casa Danzante no buscaba competir con las torres medievales o los palacios barrocos, sino expresar que la ciudad podía moverse, cambiar y bailar hacia el futuro. Esa idea quedó plasmada en un ícono que hoy convoca turistas, arquitectos y curiosos, y que transformó un vacío urbano en una de las postales más reconocibles de Europa central.
Palabras de experta
La presidenta de la Sociedad Central de Arquitectos, Rita Comando, considera que la Casa Danzante es un ejemplo paradigmático de cómo la arquitectura puede ser al mismo tiempo obra de arte y espacio de uso cotidiano. “Su carácter escultórico, casi poético, convive con la funcionalidad de oficinas y locales gracias a un programa cuidadosamente planificado. Lo notable es que la expresividad formal no sacrifica la eficiencia, sino que la potencia al dotar al edificio de un valor simbólico y cultural”, explicó.

Para Comando, el aporte más significativo de la obra es que trasciende lo constructivo. En su gesto formal, Milunić y Gehry simbolizaron la transición política de Checoslovaquia, con la idea de un edificio de dos partes, una estática y otra dinámica, que expresan el pasaje de un régimen comunista a una democracia parlamentaria. Ese diálogo entre función, forma y contexto histórico es lo que, en su opinión, le otorga un lugar singular en la arquitectura contemporánea.
La especialista destacó también los desafíos técnicos que implicó materializar un proyecto de esas características. “Las geometrías irregulares exigieron una ingeniería avanzada, con cálculos de precisión y la utilización innovadora de materiales como el acero y el hormigón para garantizar estabilidad y durabilidad. Fue imprescindible la colaboración estrecha entre arquitectos e ingenieros, lo que permitió transformar una idea aparentemente irrealizable en un edificio seguro y habitable”, sostuvo. En ese sentido, resaltó que el gran aprendizaje que deja la Casa Danzante es la importancia de la interdisciplina y la confianza en la capacidad técnica para que la arquitectura pueda explorar lenguajes nuevos sin renunciar a la viabilidad constructiva.
Consultada sobre el diálogo de la obra con el entorno urbano histórico, la presidenta de la SCA recordó los debates que suscitó en Praga.

“Su forma disruptiva introduce una tensión deliberada, pero a la vez establece un diálogo mediante la escala, las proporciones y la paleta cromática que respetan el contexto urbano. En lo personal, tuve la oportunidad de visitar la obra en 2008 y pude comprobar cómo, pese a su singularidad, se integra con el entorno justamente por sus alturas y tonalidades”, relató. Para Comando, la enseñanza que deja para ciudades patrimoniales como las argentinas es que intervenir no significa replicar estilos pasados, sino sumar nuevas capas de sentido con calidad, sensibilidad y audacia.
Es posible en Argentina un edificio así
Por último, reflexionó sobre las condiciones necesarias para que en Argentina aparezca un edificio con el impacto de la Casa Danzante.

Afirmó: “No sería un fenómeno inédito, ya contamos con ejemplos paradigmáticos como el Banco de Londres de Clorindo Testa, que en su momento marcó una ruptura con la tradición combinando monumentalidad, audacia formal e innovación tecnológica en pleno centro histórico de Buenos Aires. Para que algo similar ocurra hoy, necesitamos marcos normativos más flexibles, políticas públicas que reconozcan a la arquitectura como motor cultural, y clientes e instituciones dispuestos a asumir el riesgo de apostar por la innovación”.
A su juicio, también es clave una ciudadanía que valore la diversidad expresiva en el paisaje urbano. “Argentina cuenta con una tradición de creatividad y talento profesional reconocida internacionalmente. El desafío está en generar las condiciones sociales, políticas y urbanas que permitan que esa capacidad se exprese en obras capaces de transformar e inspirar, del mismo modo en que lo hizo la Casa Danzante en Praga”, concluyó.